martes, 10 de agosto de 2010

El mundo sin Dios

   El satanismo lleva consigo el titanismo, el rebelde romántico desafía a Dios, cree estar por encima del bien y del mal. Es el símbolo del esfuerzo humano por dominar el mundo por sus propias fuerzas, prescindiendo de poderes sobrenaturales. En ese sentido, aparece el mito romántico más moderno: el de Frankenstein, que incluye una serie de valores que coinciden con la síntesis en la confianza del hombre por poder llegar a crear al hombre. El concepto del Superhombre, que más tarde forjará Nietzsche, será una nueva reformulación de ese mito romántico que se rige por una moral integral, lejos y libre de imposiciones religiosas.

   La muerte y la angustia vital son los grandes males de final de siglo XIX. El sentimiento de que algo se acaba y la incertidumbre del futuro no son otra cosa que la desazón frente a los conflictos de la existencia entendidos como algo inevitable.

   El racionalismo triunfante de la época y la revolución romántica plantean por primera vez la posibilidad de vivir en un mundo sin Dios, sin modelos ni normas, en el que se plantean preguntas hasta entonces contestadas por la religión. Nace así el vértigo de la libertad. El hombre ahora es responsable de su vida, ya no está predeterminado por la fe, sin embargo, también teme el no dominar la realidad externa. De esta inseguridad surgen las depresiones, la angustia, que intentan ser combatidas por soluciones extremas, como el alcohol, las drogas o el suicidio.

   Otra de las soluciones será el sarcasmo, donde tiene cabida la insistencia romántica en lo lúgubre y en lo macabro. La noche romántica se llena de horrores, de voces, aullidos, espíritus; tanto poetas como prosistas describen con delectación cadáveres agusanados, esqueletos...

   Algunos románticos ligarán su estética a la religiosidad cristiana, maquillando la falta de fe de la época con los misterios religiosos, con el predominio de lo fantástico, melancólico y sentimental cristiano, que les parecía un regreso a los valores más puros. El ideal romántico buscará apoyo en el misticismo, en la religiosidad más pura, en la espiritualidad, pero no precisamente en la religión cristiana. Sólo los autores más convencionales como Zorrilla, o López Soler, basarán sus narraciones en leyendas cristianas, milagros, confundiendo milagro con fantasía.

   Espronceda, y los verdaderos románticos, se basarán en temas relacionados con el panteísmo, con una visión profana y no con una religión determinada. Es más, el hombre romántico se enfrentará a Dios, se volverá rebelde al pensar que ha de acatar el orden divino y su providencia, para elevarse y exaltarse a sí mismo en un acto de orgullo y de desafío. Este satanismo romántico no será tomado como inmoral, al contrario, es cívico y moral porque nace del reproche a las normas sociales, porque éstas sí que son inmorales y perversas.