sábado, 17 de septiembre de 2011

MONSTRUOS SATÁNICOS (I)

El origen de la novela donde aparece el primer monstruo de Frankenstein casi parece intrascendente. Nació de un entretenimiento para un grupo de amigos. Reunidos en un lugar de veraneo en Suiza, moderadamente ociosos y presumiblemente aburridos, se propusieron escribir sendos relatos de terror para pasar el tiempo. Pero solamente llegó a hacerlo Mary W. Shelley. El objetivo de su obra no pasa de espeluznar : o sea, espeluznar casi deportivamente. Mas hay en ello mismo una valoración del terror. Aquellos amigos eran románticos de punta : uno de ellos, Lord Byron ; otro, el marido de la autora, poeta no menos significativo, Percy Bysshe Shelley. A falta de intención trascendentalizadora, en la novela se colará sin trabas el espíritu romántico, amén de un arrastre de ideología religiosa, que aquéllos difícilmente evitaban en su desmelenamiento.



El análisis de esta novela será esclarecedor, ante todo, por cuanto se trata de una tan temprana manifestación del género, que posteriormente contará sus títulos por miles. En otro orden, nos permitirá captar lo que ocurre en nuestra segunda fase, con el deslizamiento del terror hacia actitudes profanas y de entretenimiento.



Mary W. Shelley está muy lejos de los pueblos naturales, cuyos ritos es probable que ignore. En cambio, vive de una tradición cultural clásica, que invoca expresamente al referirse en el título a la figura de Prometeo. La simple mención de este nombre define su propósito : va a narrar un acto culpable por extralimitación - la "hybris" de los helenos -, por el que un hombre, audazmente, osará una acción divina. Semejante audacia cuenta de antemano con la simpatía romántica, acrecentada por las desdichas que sin duda lloverán sobre el imprudente.



¡La autora carece de picardía y resume su argumento en el título! Sin embargo, su "idea espeluznante" - que, en principio, no es más que la existencia de un "monstruo fabricado" contra natura - traerá consigo una serie de contenidos, a saber :



a) Remedo del acto creador divino. Efectivamente, éste es el acto mediante el cual se manifiesta la "hybris" de Frankenstein. Cuando afirma : "Logré averiguar la causa de la generación y de la vida ; y más aún, conseguí dotar de animación a la materia inerte", el protagonista está rayando en un máximo de temeridad científica que le introduce en la esfera de la divinidad. Para la mentalidad de su tiempo, semejante declaración es de hecho una blasfemia. Más estremecedor todavía debía resultar a comienzos del siglo XIX que formulase expresamente su comparación con el ser divino : "Una nueva especie me bendeciría como su origen y creador". Ya tenemos al hombre empinado hasta el nivel supremo. La tentación luciferina se ha cumplido. El paralelismo de esta creación por modo tecnológico respecto de la creación original va acompañar la lectura de la novela en toda su extensión.



b) Parcial fracaso del acto creador humano. Desde el primer momento cuando ve frente a sí a su criatura ya dotada de vida, Frankenstein la aborrece : ha resultado un engendro horripilante. El propio monstruo, al compararse a sí mismo con Adán, subrayará el abandono en que le ha dejado su creador : "De las manos de Dios había salido una criatura perfecta, próspera y feliz, protegida por el especial cuidado de su Creador ; se le había permitido conversar con seres de naturaleza superior y adquirir de ellos su saber ; en cambio, yo era desdichado, estaba desamparado y solo". De modo que al defecto de su abominable aspecto exterior, el nuevo ser une ese desamparo moral, que será causa, a su vez, de los desastres posteriores. Hay aquí unas intuiciones llenas de sentido. El aborrecimiento súbito de Frankenstein hacia su criatura es la toma de conciencia - como un mazazo para él - de la diferencia que le separa del Creador verdadero : a él le ha resultado un monstruo, no un ser estimable. Su culpa se hace evidencia sensible para él. Ve con sus ojos el horror al que ha dado vida. El Creador divino se complace en su obra y la ama : "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gen., 1, 31). Pero este no-Dios que ha imitado malamente a Dios no siente amor, ni siquiera lástima, hacia la obra de sus manos, sino repulsión. También - el primero de todos -, miedo. Y huye para no volver a ver al engendro. El miedo, a su vez, es indicio de que confusamente se siente a merced del mismo. Se confirmará esta aprensión : el desvío de su creador desencadena la sucesión de las maldades que comete la criatura.



b, 1) El componente tanático. El monstruo ha sido realizado mediante un "compuesto de cadáveres". La novelista pasa casi por alto esta cuestión, pero, en cambio, será muy aprovechada por el cine para la causación de terror : la presencia del engendro es siempre macabra y en este sentido repelente.



c) El hombre como causante del mal. Los reiterados intentos de trazar una psicología evolutiva del monstruo ponen de manifiesto que la perversidad activa de éste ha sido, en efecto, determinada por una serie de circunstancias que no le son imputables a él, sino a su creador humano, y no - tampoco - por maldad, sino por imprevisión o por ignorancia : con lo que Frankenstein adquiere algunos rasgos propios del demiurgo que pone en marcha una creación fallida, a partir de la infelicidad misma de su primera criatura. Frankenstein así lo reconoce, aceptando honradamente su culpa en unos términos dependientes de "El paraíso perdido" : satanismo romántico cien por cien. Sabe cuál ha sido su debilidad y acepta su destino : "Como el arcángel que aspiró a la omnipotencia, estoy condenado al infierno eterno".



d) El saber como peligroso. Dado que la ciencia y la técnica han sido los instrumentos del gran desaguisado, se pasa a entender ambas como peligrosas o dañinas : "Aprenda de mi... lo peligrosa que es la adquisición del saber". También para la psicología del monstruo es negativo el "aumento del saber", pues da origen en su ánimo a la envidia. Se trata de una aprensión retrógrada, que puede tolerarse en un argumento de esta índole. Pero que, curiosamente, ha llegado a nuestros días, cuando se simultanea, sin justificación alguna, con la admiración a las ciencias y el entusiasmo por sus avances : pervive en numerosos estereotipos todavía presentes en la novelística, el tebeo o el cine actuales, donde es frecuente el recelo ante el "sabio" o el "inventor" ; muchas veces los roles de éste y el loco se superponen o se confunden ( = "cuidado con quien es capaz de inventar") ; en otras ocasiones, el científico está al servicio ("agente" del mal) de sórdidos colectivos que es preciso aniquilar ; etc.



e) Frustraciones del monstruo. Son muy endebles los datos que urde Mary W. Shelley sobre la psicología de un ser tan impensable. Como quiera, al adquirir conciencia de su aspecto horrible, aquél se percata de su inexcusable necesidad de ocultarse, por una parte ; así como de su necesidad de compañía y amor, por otra. Trágica contradicción. No deja de revestir patetismo su anhelo de "no estar solo". En ello vuelve a ser notable, por contraposición, la resonancia adánica : "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda semejante a él" (Gen., 2, 18). Nueva ocasión para que el protagonista "mida" su distancia respecto al verdadero creador : él se negará a dotar de compañera a su creatura.



Al sentirse rechazado por los humanos, abandonado por su creador y, más tarde, encima, defraudado por éste en su deseo de una compañera, el monstruo comienza a perpetrar asesinatos. Su bondad ingenua, asaz "roussoniana", se transforma en maldad. Implícitamente se sugiere que el monstruo no necesita sólo "compañía", sino ejercicio sexual. El tema queda velado, pero ahí está. El monstruo padece sexualmente desasistido. Precisamente, el argumento que confirma a Frankenstein en su renuncia a "fabricarle" la compañera es la perspectiva de procreación de seres como el que ya tanto aborrece. Dijérase que los impulsos eróticos insatisfechos se abren una salida tanática : el ser que no puede copular, a falta de pareja idónea, se desfoga matando.



f) La sublevación de la criatura contra su creador, en un intento de inversión de las respectivas jerarquías. "Tú eres mi creador, pero yo soy tu amo" llega a decirle el monstruo. En la práctica, así es, puesto que le atormenta hasta el fin, causándole los daños más irreparables y convirtiéndole en un hombre acosado por la fatalidad, no menos penoso que Orestes perseguido por las euménides. Es indudable que la criatura "puede más" que su creador y juega cruelmente con él. Se trata de un mitema que llega hasta "el aprendiz de brujo" y adquiere trágica actualidad en "la rebelión de la tecnología" que tiraniza al hombre contemporáneo (el hecho de que no se le vean salidas no implica que éstas no existan). El carácter fatídico de las amenazas del monstruo es un "plus" sobre dicho mitema : Frankenstein no escapará de su venganza. Esta convicción constituye, por otra parte, su más refinado tormento moral.



g) Peregrinación expiatoria. Las últimas incidencias del infeliz Frankenstein consisten en una interminable persecución de su monstruo a través del mundo, espoleado por la obsesión de aniquilarle, purgando así la culpa de haberle dado vida. Se percibe en ello un rito de peregrinación. Pero no es la peregrinación iniciática, en busca de una situación superior o de un bien inaccesible : sino peregrinación expiatoria, así como vindicativa, ya que su objeto consiste en remediar el daño causado e impedir de una vez por todas que otros males se sigan del mismo. El romanticismo de esta situación viene dado por la medida en que se separa de los patrones religiosos de origen : el protagonista no confía en salvarse mediante su esfuerzo, en cuyo caso peregrinaría con ánimo esperanzado. Lo hace tan sólo a impulsos de su humillación y su odio : saciar éste habrá de ser para él, por último, el objeto de su vida. No una satisfacción, ni siquiera un alivio, ni mucho menos el medio de obtener perdón o gracia. Hay un fatalismo opresivo. Puesto que el monstruo es creación suya, Frankenstein corre en cierto modo hacia su propia autodestrucción, y así lo confirmará el desenlace. Es un réprobo en camino : una especie de "pre-alma en pena". Su encanto personal y sus relevantes dotes refuerzan más todavía la simpatía romántica que le acompaña en su acerbo destino.



h) Autodestrucción del monstruo mediante el fuego. Las ambivalencias del monstruo se renuevan cuando, tras la muerte de su creador, se muestra casi compungido y dispuesto a autoeliminarse. Anuncia que lo hará en una pira , es decir, quemándose vivo. El simbolismo purificador del fuego cierra así la novela. Pero el causante de tantas desdichas no es precisamente aniquilado, pues la forma de su muerte comporta una magnificación. Es el suyo un final digno de un héroe : el mismo final de Herakles. El monstruo que había causado espanto va a causar admiración en su momento postrero. También se confirman así las secretas simpatías que había suscitado en su autora.



Esta ha conjugado, pues, ingredientes culturales diversos. La sombra de Fausto es perceptible, aunque no sea invocado como lo es Prometeo. También se perciben reminiscencias del "golem" hebreo. El terror - objetivo expreso - no sólo se causa por la presencia del monstruo, sino que deriva de la "impía" temeridad de Frankenstein. La acción de éste en su laboratorio no es menos estremecedora que los alaridos desafiantes de Don Álvaro instantes antes de suicidarse despeñándose : "¡Húndase el cielo, perezca la raza humana, exterminio, destrucción!". Pero ello mismo le garantiza la adhesión de los románticos : "Debía ser espantoso; pues supremamente espantoso sería el resultado de todo esfuerzo humano por imitar el prodigioso mecanismo del Creador en el mundo". Esta confesión ha sido escrita desde una actitud religiosa. Religiosas serán, igualmente, aunque deseen romper amarras, las muy frecuentes alusiones bíblicas.

 
Pero el monstruo de Frankenstein contiene ya todas las propiedades para evolucionar hasta un personaje del todo profano.